lunes, 8 de julio de 2013

Osvaldo Longoni

Siempre fuimos amigos por las cosas del fútbol, discutimos en infinidad de ocasiones, pero también charlamos a gusto, allí en el corazón de su club "para siempre", en épocas mejores y puedo decir que, casi hasta ayer nomas.
Lo vi lustrando botines, lavando camisetas, cortando pasto y marcando la cancha por años. Maestro del cencerro en la Carioca grandiosa, o más acá en el tiempo haciendo asados y conversando con don Lucho, el Montalbetti más conocido, al amparo de una  cerveza y dándole rollo a las anécdotas. Cómo olvidar aquellos momentos, pues de eso se trata este sentimiento sin intereses.
El veterano crack, don Lucho, se marchó hace pocos días y no se enfría su recuerdo aún, y lamento el tiempo perdido por las historias que volaron junto a su legajo de eternidad.
Uno espera el día y la hora propicia para un montón de cosas,  y eso es la suerte de una ruleta,  donde sale el número que no todos tenemos en el boleto asignado.
Siempre pasa lo mismo y después nos da por decir esto o lo otro, que es apenas un remiendo para el corazón que no se come la engañifa.
Nadie supone que no tendrá oportunidad antes de lo irremediable, pero todo es válido si lo concretamos en un abrazo, sin dar vueltas al asunto.
"Cuajo", el Osvaldo de quien hablo,  está peleando un partido que viene con varios goles en contra desde mucho atrás. Le pasa a cualquiera en este mundo, por una historia de costado y un rosario de tapones de punta a la altura de la rodilla. No se si se entiende.
La verdad es una mina esquiva y en la mayoría de veces mentirosa. 
Concluyo así ante el reflejo de la biblia donde está explícita la humanidad con sus desastres y virtudes, y la palabra de un Jesús, que suele andar por el camino de los que no tenemos claro el éxito ni las miserias, o el modo de amar y de pedir afecto.
Rezo por vos, amigo

                                                                     José, en nombre del barrio.



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